miércoles, 29 de agosto de 2007

Orwellianas

“El que controla el pasado -decía el slogan del Partido-, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado”. Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza, nunca había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su propia memoria. A esto le llamaban “control de la realidad”. Pero en neolengua había una palabra especial para ello: doblepensar. (George Orwell, 1984).
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Cero coma cinco por ciento de inflación, ocho coma cinco de desempleo, nueve coma cinco de desempleo contando los beneficiarios de planes sociales, cuarenta y cinco mil millones dólares de reservas, seis por ciento del producto bruto para educación, en los noventa sólo estuvieron Macri, Menem y todos sus secuaces, nosotros estábamos en otra galaxia, los piqueteros volvieron de la ruta al barrio (y nadie escribió un libro), nunca hubo piqueteros en esta comarca, el neoliberalismo ya fue, no hay nada a nuestra izquierda, Aníbal y Alberto no tienen bigote, a Varizat se le rompió el cable del embrague, el pan cuesta dos con cincuenta, los chinos pagarán nuestra deuda externa, somos duros con el fondo y pagamos al contado, la desigualdad aumentó pero esto es lo normal, los gordos siempre fueron buenos muchachos, aquí no pasó nada, está todo bien y va a estar aun mejor cuando Kristina sea presidenta.
Néstor Kirchner ha logrado un prodigio sólo imaginado por el insomne de Orwell; ha instaurado el más perfecto “control de la realidad” o, lo que es lo mismo, ha inculcado el doblepensar en buena parte de la sociedad argentina. Por lo menos, doblepiensan los sectores bien pensantes y, fundamentalmente, doblepiensa con fervor la intelligentsia del Partido Interior. El Frente para la Victoria es el Partido Interior orwelliano. El nombre no es casual. Uno no puede dejar de estremecerse al recorrer las páginas de la distopía de Orwell y advertir que los miembros del Partido Interior viven en las Casas de la Victoria, toman Café de la Victoria, matan el hambre y el frío con Ginebra de la Victoria y fuman repugnantes Cigarrillos de la Victoria.
La Victoria -es decir, el poder- es el único fin que persigue el Partido Interior K. Es curioso, casi nadie ha reparado en este detalle. Tal vez, como ya nadie se fija en los nombres de los partidos -que suelen premeditarse en oficinas de marketing-, este parece ser un nombre inocente. Pero nada es inocente en nuestra Oceanía. La antigua técnica de ocultar mostrando tiene aquí un ejemplo fascinante. El nombre lo dice todo: el Partido Interior trabaja para la victoria, para una victoria eterna y hereditaria. Lo único que importa es la victoria, el poder por el poder mismo.
La Victoria (Niké) era una diosa con alas. No recuerdo bien dónde, quiénes, ni por qué, pero me parece haber leído por ahí (y si recuerdo mal no importa; la historia es buena de todos modos) que una ciudad griega (Atenas, tal vez) decidió romper las alas de sus diosas de mármol para que la Victoria se quedara siempre allí. Supongo que Atenea, sabia y celosa, debió haberse enojado mucho. Una victoria perpetua no sólo es pavorosa; también es imposible. Perdón por esta digresión; volvamos a Oceanía.
Orwell definía al Partido Interior como el “cerebro del Estado”; así se simple. Por eso, el Partido Interior K se nutre de una enorme legión de intelectuales que, en tiempos menemistas (ese horrible pasado que debe ser reescrito día a día), eran los principales voceros de las luchas emancipatorias. Con honrosas y escasísimas excepciones, los mismos que hace unos años clamaban por la revolución y deploraban a garganta llena los estragos del capitalismo neoliberal, ahora elogian sin ruborizarse las supuestas victorias K, como, por ejemplo, haber pagado la deuda con el Fondo en dólares contantes y sonantes, hasta el último cobre. Los mismos que condenaban a los intelectuales que se pasaron al menemismo, ahora hacen propaganda K sin que se les mueva un pelo.
Escritores, periodistas, comunicadores, charlatanes, cómicos, músicos, teatristas, profesores, investigadores, locutores, saltimbanquis, animadores, todos hacen su parte para controlar el presente, corregir el pasado y asegurarle al Partido Interior un futuro igual al presente. Aquí nunca hubo deuda externa ilegítima, semejante cosa nunca estuvo en discusión; ya no hay deuda externa. En esta república nunca hubo algo llamado Alianza; todos los males que la clarividencia del Gran Hermano ha enmendado tuvieron su origen, desarrollo y paroxismo en los años 1990. Ningún miembro del Partido Interior jamás militó en las filas de los abominables gobernantes de los años ’90. Los registros se han perdido; mejor dicho, nunca hubo tal cosa. Nadie estuvo allí, excepto unos pocos y putrefactos supervivientes.
En la república K, todos -o la gran mayoría- han logrado esa “interminable serie de victorias” sobre su propia memoria. Los que hace unos años reivindicaban el socialismo y la lucha armada, ya no están; o mejor dicho; sí están, son los mismos pero son otros. Los que cortaban rutas y bramaban contra el capitalismo de ayer y de siempre, han vuelto a sus casas o han estrenado cómodas oficinas o calientan escaños en alguna legislatura. Los que escribían virulentas críticas al orden neo-conservador, ahora se esfuerzan para cantar loas al Partido Interior K y al Gran Hermano. No experimentan contradicción alguna; han aprendido a doblepensar.
Basta echar una mirada a las estadísticas de Ministerio de la Verdad (ex Indec) para comprobar que este presente feliz principia con el triunfo del Partido Interior. Por alguna curiosa razón, que no puede atribuirse a una cuestión de método, la fecha de corte para ilustrar los cambios en el desempleo es mayo del 2003, el momento de la primera (y definitiva victoria). Y el año en que comienzan todas las desgracias es 1990. No hace falta ser un experto para ver cómo se mueve la curva de desempleo en los dos gráficos que nos ofrece el Ministerio Veraz. En el primer gráfico, la línea sube y sube, desde 1990 hasta el 2002 (mayo del 2002). Luego, en el cuadro siguiente, la línea baja y baja, desde mayo del 2003. No hay duda: la felicidad y el desempleo de un dígito es obra del Gran Hermano. (Seguramente, algún renegado -que será reeducado o vaporizado a su debido tiempo- observará que, en rigor, la curva comienza a declinar en el 2002; pero es un detalle sin importancia y pronto también será rectificado).
Hay también un Ministerio del Amor en este Sur alucinante. Como el de Oceanía, el de aquí nomás pincha teléfonos, difama a diestra y especialmente a siniestra, organiza rabiosas sesiones de odio desde el Salón Blanco y palcos prolijamente estudiados, encarcela a los que se atreven a sospechar de la verdad del Partido y a denunciarla, expulsa de sus cátedras a los disidentes, vigila, controla, coopta, castiga. La “Operación Comán”, como le dicen, fue una perfecta combinación de esfuerzos entre el Ministerio de la Verdad y el Ministerio del Amor. Hace unos años, cuando a Scioli le mostraban cuatro dedos, él decía que ahí había cuatro dedos; cómo dudarlo. Ahora, cree -sinceramente- que cuando le muestran cuatro dedos lo que él ve son cinco, y que esta es la pura verdad, porque así lo manda el Gran Hermano.
En la neolengua K, pasado se dice “años ‘90”; presente se dice “nosotros”. Se ha eliminado convenientemente cualquier palabra que aluda al futuro, porque para eso ya está “nosotros”. En neolengua K, capitalismo se dice “normalidad”; “burguesía autóctona” se dice “empresarios nacionales”; “trabajadores” se dice “nuestros gordos”; “corrupción” se dice “asuntos privados”; “ladrillo con guita” se dice “me la prestó mi hermano”; “valija con verdes” se dice “no lo conocemos”; “jamás” se dice “justicia social”; represión se dice “orden”, “violentos” se dice “los otros”; “pensar” se dice “Sí, señor presidente”.
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Winston no pudo evitar un escalofrío de pánico. Era absurdo, ya que escribir aquellas palabras no era más peligroso que el acto inicial de abrir un diario; pero, por un instante, estuvo tentado de romper las páginas ya escritas y abandonar su propósito. Sin embargo, no lo hizo, porque sabía que era inútil. El hecho de escribir ABAJO EL GRAN HERMANO o no escribirlo, era completamente igual. Seguir con el diario o renunciar a escribirlo, venía a ser lo mismo. La Policía del Pensamiento lo descubriría de todas maneras. Winston había cometido -seguiría habiendo cometido aunque no hubiera llegado a posar la pluma sobre el papel- el crimen esencial que contenía en sí todos los demás. El crimental (crimen mental), como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante mucho tiempo… (George Orwell, 1984).
Fernando Lizárraga, 29 de agosto de 2007.

miércoles, 22 de agosto de 2007

El Carancho te condena

A veces, muchas veces, como nos lo ha enseñado el ingenioso Conan Doyle, las pruebas de un asesinato están a la vista. Son tan pero tan evidentes que escapan a la mirada de los más experimentados investigadores, detectives y fiscales. Y también es cierto (porque nos lo enseña la sabiduría popular) que el pez por la boca muere. A más de cuatro meses del asesinato de Carlos Fuentealba, y mientras la justicia neuquina parece dormir una siesta interminable, las pruebas que señalan al autor intelectual del crimen están ahí, como lo estuvieron desde las primeras horas.
Por lo que sabemos a través de los medios de comunicación, el fiscal no ha encontrado órdenes escritas sobre el operativo policial que culminó en el fusilamiento de Carlos. Si alguna vez las hubo, es probable que hayan sido destruidas. Porque así como la policía se tomó varios días para señalar al autor del disparo mortal, también tuvo todo el tiempo del mundo para destruir evidencia comprometedora para las autoridades de la provincia. Más aun, en los últimos días se ha dicho que los grupos especiales de la policía (expresamente prohibidos por la Constitución Provincial) tienen cierta autonomía a la hora de reprimir y que, por lo tanto, su accionar no requiere órdenes detalladas por parte de los funcionarios políticos.
Sin embargo, basta releer los extractos de las conferencias de prensa que dieron el gobernador Jorge Sobisch y el entonces subsecretario de Seguridad, Raúl Pascuarelli, para observar que el operativo fue montado con la sola intención de reprimir la protesta docente. Fue, sin más vueltas, una auténtica encerrona concebida para acabar tal como acabó: con un asesinato a sangre fría.
La cuestión es bastante simple. Tanto Sobisch como Pascuarelli, en las mencionadas conferencias de prensa, brindadas cuando Carlos Fuentealba aún agonizaba, dijeron saber que los maestros tenían la intención de cortar la Ruta 22 en Arroyito para bloquear el flujo turístico de Semana Santa. No podían ignorarlo; había sido una decisión tomada públicamente por el sindicato docente. Por eso, el gobierno provincial ordenó preparar un camino alternativo que partía desde el paraje conocido como puente El Carancho, ubicado a unos diez kilómetros de Arroyito. Y El Carancho importa.
Para quienes no conocen la zona, conviene intentar una descripción que permita formarse una imagen de la escena del crimen. A unos 40 kilómetros de Neuquén, rumbo al sudoeste, está la ciudad de Senillosa, sobre la Ruta 22. Siempre hacia el sur y por la misma ruta, a unos quince kilómetros, está el paraje llamado Arroyito. En este punto hay un puente que cruza sobre un canal de riego y un conjunto de edificaciones (estación de servicio, hotel, etc.). Un poco más adelante está la rotonda donde confluyen las rutas 22 y 237, desde donde se accede a los principales centros turísticos del sur de la provincia de Neuquén. Ahora bien; entre Senillosa y Arroyito, está el puente de El Carancho (es un pequeño puente sobre una alcantarilla) y desde aquí parten varios caminos rurales hacia ambos lados de la ruta.
Volvamos ahora a los hechos. Al ser consultado sobre cuál había sido la orden que le dio a la policía, Sobisch dijo: “Es muy simple la orden; nosotros trabajamos la noche anterior haciendo un camino de circunvalación que pasaba doblando hacia la izquierda como si fuéramos para el sur de la provincia y ese camino de circunvalación iba a estar habilitado en tanto y en cuanto no se cortara el puente de Arroyito. Cuando se inició la negociación en la ruta, las directivas muy precisas eran que se informara que si se apostaban podían cortar la ruta pero, en el puente El Carancho. Ellos podían cortar la ruta. No había ningún problema, pero que nos dieran la posibilidad de tener un camino de acceso, porque ya los ánimos estaban demasiado caldeados y podríamos tener enfrentamientos entre civiles, entre personas que querían circular por la ruta”.
Por su parte, Pascuarelli dijo: “En el día de ayer [3 de abril] se había preparado un camino alternativo para poder derivar el tránsito, porque se sabía que podría haber un corte de la ruta 22 frente a la estación de servicio en Arroyito. Se había elaborado para derivar el tránsito liviano, que entraría por Senillosa y que tendría salida por el puente denominado El Carancho”.
Ahora bien, la pregunta del millón es la siguiente: si el gobierno conocía dónde sería el corte, si estaba dispuesto a permitirlo en El Carancho y si se había tomado la molestia de trazar una ruta alternativa, entonces ¿por qué apostó la policía en Arroyito y no en El Carancho?; ¿por qué permitió que los manifestantes llegaran a Arroyito para recién allí decirles que debían retornar hasta El Carancho? Sobisch dijo: “La directiva que yo le había dado a la Policía era que trataran de convencerlos, que no tenemos problemas que corten la ruta, que corten la ruta, en Añelo ya está cortada, lo único que pedíamos, es que nos dejen liberado un acceso, porque si no las consecuencias podían ser muchísimo más difíciles. Como todos saben, no hubo acuerdo sobre la ruta y pasó lo que todos conocen”. A su turno, Pascuarelli había dicho: “La policía se constituyó en el lugar [Arroyito] en horas tempranas y en base a lo que prevé la ley 2081 dispuso un operativo para tratar de evitar el corte de ruta en ese lugar. Muchos aceptaron la propuesta y se fueron hasta el puente, otros no se pusieron de acuerdo y esto dio lugar a que la policía tuviera que actuar”.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que los relatos de Sobisch y de Pascuarelli revelan que había un deliberado plan para matar. Sobisch reconoce que las supuestas directivas de “convencer” a los manifestantes eran anteriores al corte en Arroyito y que ya estaban previstas “consecuencias muchísimo más difíciles” en caso de los maestros no cedieran ante la persuasiva verba de los jefes policiales. Pascuarelli lo dice aun más crudamente: la policía fue a Arroyito para evitar el corte en ese lugar, de lo cual se desprende que nunca se contempló la más obvia medida de apostar la policía en El Carancho. Para decirlo con toda simplicidad: si el corte se hacía en El Carancho, no habría represión (era un corte permitido), pero si se hacía en Arroyito, la cosa sería diferente con “consecuencias muchísimo más difíciles”, Sobisch dixit. La pregunta persiste: ¿por qué la policía esperó a los manifestantes en Arroyito? La respuesta es contundente: porque el gobierno de Sobisch quería reprimir.
Alguien podría decir que todo fue un error de los jefes policiales, que a nadie se le ocurrió que lo lógico era poner a la policía en El Carancho. Este argumento, que atenuaría la responsabilidad homicida de Sobisch, no tiene mucho asidero a la luz de las propias palabras del propio gobernador y del ex subsecretario de Seguridad. Ellos valoraron todas las alternativas posibles, planificaron meticulosamente cada paso y optaron claramente por la represión. Se supone que la responsabilidad de Sobisch como gobernante radicaba en evitar “consecuencias muchísimo más difíciles” y no en propiciarlas; él fue el principal ideólogo de la encerrona de Arroyito y por eso es tanto o más responsable que aquel que ‘jaló el gatillo’.
Fernando Lizárraga.
Neuquén, 20 de agosto de 2007.

lunes, 20 de agosto de 2007

El Paraíso (fragmento)

Franz Kafka
La expulsión del Paraíso debe ser, según su significado principal, eterna. En consecuencia, la expulsión del Paraíso es final, y la vida en este mundo inapelable, pero la naturaleza eterna del evento (o, para expresarlo en términos de temporalidad, la repetición eterna del evento), hace posible que no sólo podamos estar viviendo continuamente en el Paraíso, sino que en la práctica estemos en él permanentemente, sin que tenga la menor importancia el hecho de que sepamos o no que nos encontramos en el Paraíso.
Vivimos en pecado no sólo porque comimos del Árbol del Conocimiento, sino porque aún no hemos comido del Árbol de la Vida. El estado en que nos encontramos es de pecado, más allá de que seamos o no seamos culpables.
Estábamos destinados a vivir en el Paraíso, y el Paraíso estaba hecho para nosotros. Nuestro destino fue alterado; pero no podemos estar seguros de que lo mismo haya ocurrido con el destino del Paraíso.
Y si bien fuimos expulsados del Paraíso, el Paraíso no fue destruido. De algún modo, nuestra expulsión del Paraíso fue un golpe de suerte, porque en caso de que nosotros no hubiéramos sido expulsados, se debería haber destruido al Paraíso.

viernes, 3 de agosto de 2007

Los mensajeros (de Franz Kafka)

Se les ofreció elegir entre convertirse en reyes o mensajeros de los reyes. Como niños, todos quisieron ser mensajeros. Por lo tanto, sólo hay mensajeros que recorren velozmente el mundo, gritándose unos a otros mensajes que ya no tienen sentido, puesto que no hay reyes. Les gustaría poner fin a sus miserables vidas, pero no se animan a causa de sus juramentos de servicio. Traducción de Fernando Lizárraga